Un promotor cultural sin parangón / Íbico Rojas-Rojas

Poeta peruano Marco Antonio Corcuera (Contumazá, 1917 – Trujillo, 2009)

ESCRIBE: Íbico Rojas-Rojas (*)

Hubiésemos querido titular este artículo «La cultura nuestra de cada día», como un símil de “el pan nuestro de cada día”, teniendo en cuenta que, en una bella oración, arcaica por cierto, mucha gente pide al todopoderoso que no deje de concederle el pan de cada día, al que tiene derecho. Y esto, porque casi con la misma insistencia, en las conversaciones familiares, en los debates públicos y en las emisiones mediáticas, no hay un día en que no se mencione la «cultura», que no se reclame el derecho a la cultura que tienen todas las personas. Y se habla de la cultura como un bien elevado. Se la tiene en tal estima que, inclusive, se han creado instituciones dedicadas a la difusión y desarrollo de esta; sin embargo, optamos por el título actual porque pensamos, específicamente, en una persona excepcional.

En 1958, el poeta Marco Antonio Corcuera acometió su obra de promoción cultural de mayor trascendencia. Tuvo la brillante idea de crear en Trujillo, conjuntamente con otros intelectuales, una institución que convocara, en principio, a los espíritus más selectos de esta ciudad: procedentes de todas las canteras de las artes y algunos académicos humanistas, para emprender la gran tarea de impulsar y dinamizar la vida cultural de la ciudad, con proyección a todo el norte peruano.

El 20 de noviembre de aquel año, tras haber conformado el Patronato respectivo, M. A. Corcuera, acompañado de José Félix de la Puente, Víctor Ganoza Plaza, Virgilio Rodríguez Nache, Nicanor León Díaz, Julio Garrido Malaver y el monseñor Andrés Ulises Calderón, procedieron a fundar la Casa de la Cultura de Trujillo, la primera del Perú, reconocida y oficializada muy pronto, mediante una Resolución Ministerial expedida el 24 de diciembre del mismo año. En armonía con el espíritu altruista que primaba entre los miembros del grupo fundador, la dirección de la naciente institución fue colegiada, forma de gestión que disipaba cualquier suspicacia sobre presuntos personalismos. Los primeros en asumir dicha responsabilidad fueron José Félix de la Puente, Marco Antonio Corcuera y Víctor Ganoza Plaza. Rodríguez Nache asumió la dirección de la Escuela de Teatro.

Las actividades artísticas y académicas de la Casa de la Cultura de Trujillo alcanzaron tal resonancia que, tomándola como modelo, otros intelectuales y artistas de diferentes lugares del país impulsaron proyectos similares e instituyeron las casas de la cultura de Cajamarca, Lambayeque, Loreto y otros departamentos. En 1962 se fundó la Casa de la Cultura del Perú, con sede en Lima, que se convirtió en el organismo estatal centralizador y coordinador de las actividades de las instituciones departamentales. Al ser incorporadas estas al sistema burocrático nacional perdieron capacidad de iniciativa en la gestión y en la generación de actividades artísticas; así como en el campo de la investigación. Aun así, con presupuestos magros, a mediados de los años sesenta, todos los departamentos del Perú contaban con su respectiva Casa de la Cultura, con una limitada proyección social.

Era evidente que la visión de Corcuera tuvo un alcance inusitado. En 1971, durante el gobierno militar de entonces, La Casa de la Cultura del Perú fue convertida en el Instituto Nacional de Cultura, cuya dirección fue encomendada a la lingüista Martha Hildebrandt. Y, en 2010, sobre la base organizativa del Instituto se creó el Ministerio de Cultura, órgano del Poder Ejecutivo encargado del sector.

No se puede dejar de mencionar que antes, Marco Antonio Corcuera había fundado la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía e instituido el premio «El Poeta Joven del Perú», presea anhelada por los nuevos poetas y obtenida a lo largo de muchos años por los más renombrados de nuestro país.

Esta breve reseña es solo un boceto de la trascendencia del pensamiento y acción del hombre sencillo y creativo que fue Marco Antonio Corcuera, nacido en Contumazá, pero acunado en Trujillo, ciudad a la que amó entrañablemente y dedicó sus mejores esfuerzos intelectuales.

(*) Íbico Rojas-Rojas es Master of Arts en lingüística por la State University of New York. Se inició en la docencia universitaria en la UNMSM, luego trabajó en la Universidad de Lima, Universidad Nacional Agraria La Molina, UNFV y Universidad Nacional de Trujillo. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo «José Gálvez Barrenechea» con su trabajo Origen y expansión del quechua; y el Primer Premio en el área de Humanidades del Concurso «Producción Intelectual de Docentes Universitarios» con su ensayo El signo lingüístico de Saussure: su naturaleza y principios. Es autor, además, de Teoría de la comunicación: una introducción crítica, Nosotros los hablantes, Lingüística y comunicación, Estudios de lingüística general, Blas Valera, primer cronista, poeta y lingüista peruano; además de varios ensayos sobre la lengua culle, entre los que destacan: «Culle: las voces del silencio» y «Tahuashando: neologismo poético de Vallejo». Se encuentran en proceso de edición Quechua: retrospectiva y prospectiva y Saussure, cien años después.

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