La utopía arcaica / Domingo Varas Loli

ESCRIBE: Domingo Varas Loli (*)

A pesar de ser una fábula, la trama de Rebelión en la granja (1945) rezuma las peripecias vividas por George Orwell (seudónimo de Eric Blair, Birmania, 1903-Londres, 1950). Hijo de una familia de clase media venida a menos tuvo una vida marcada por desventuras sociales, económicas y políticas. Tres de ellas fueron cruciales: sus años de policía en Birmania como defensor del orden colonial le dejaron su marcado anticolonialismo; los años de miseria en París y Londres, su conversión al socialismo y la intensa aventura como miembro de las brigadas internacionales antifascistas durante la Guerra Civil española su convicción antitotalitaria.

La política fue para George Orwell una experiencia que solo le trajo dolores de cabeza. Durante su participación en el frente de Huesca, entre los años 1936 y 1937 como voluntario en la lucha en defensa de la república durante la Guerra Civil española, fue testigo de las luchas intestinas entre los comunistas estalinistas y los trotskistas que desgastaron a los milicianos y permitieron el avance de las tropas fascistas.  

En España estuvo a punto de dejar sus huesos. Recibió un balazo en el cuello y durante su convalecencia escribió Homenaje a Cataluña, ese alegato por el idealismo revolucionario y, al mismo tiempo, un testimonio de la desorganización, la impericia, la improvisación en las huestes milicianas. En esos agridulces años surgió la idea de escribir Rebelión en la granja, cuyo tema lo tuvo claro desde entonces, así como el estilo que debía ser llano como un cuento de hadas.

El detonante del proceso creativo de esta novela corta fue la imagen de un niño apaleando a un caballo al que arreaba por un estrecho sendero. Al contemplar esta cruel escena, Orwell pensó que si los animales fueran conscientes de su poder no permitirían el dominio humano, y que los hombres explotan a los animales en la misma forma que los ricos explotan al proletariado. La escribió en el tiempo récord de cuatro meses, entre noviembre de 1943 y febrero de 1944. El texto salió redondo: preciso como un mecanismo de relojería, cargado de simbolismo y con una alta potencia expresiva.

Elegir la fábula como género para transmitir un mensaje de vigencia universal, la estructura de la obra y, sobre todo, la claridad y concisión del estilo fueron claves para crear esta pequeña obra maestra. Desde Esopo, en el siglo VI a.C., la fábula alcanzó gran popularidad por su eficaz intención didáctica. A lo largo de sus diez capítulos numerosos detalles se repiten confiriéndole al relato una estructura circular. Las simetrías entre pasado y presente transmiten la visión de fondo, que la rebelión animal está inevitablemente condenada al fracaso.

La austeridad del lenguaje es el hallazgo mayor de Orwell, lo que le permitió descubrir su estilo espartano, que rehúsa las frases subordinadas, los adjetivos, los símiles, las metáforas u otras figuras retóricas que aminoren el ritmo implacable de las secuencias narrativas. Esta austeridad estilística no es, sin embargo, sinónimo de pobreza narrativa.

En Rebelión en la granja, George Orwell describe el descalabro de una de las utopías más caras de la ideología revolucionaria: el igualitarismo. En nombre de este ideal utópico y cansados de la injusticia los animales de la granja se levantan en armas y, tras expulsar al déspota propietario (el viejo Jones), instauran un régimen colectivista, cuyo primer ucase fue decretar la igualdad entre los animales.

Cuando surgieron las inevitables diferencias entre las diversas especies de animales, la gesta libertadora de la fauna devino en una tiranía. La igualdad absoluta decretada al comienzo de la revolución pronto fue relativizada por otra consigna (Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros). Hábiles en el manejo de los resortes del control social, entre ellos la escritura y la ideología, los cerdos se entronizaron en el poder haciendo uso de artimañas propias de regímenes totalitarios como el nazismo y el estalinismo, este último el principal blanco de las diatribas de Orwell.

Inspirada en hechos estrictamente reales, los lectores reconocen que los cerdos Napoleón y Snowball son, en realidad, Stalin y Trotsky, y los episodios que ocurren en la granja una parodia de los hitos centrales de la historia de la revolución bolchevique.

Por su mensaje crítico esta novela debió sortear la censura antes de ser publicada en Inglaterra. Uno de los editores desistió de publicarla a última hora después de cerciorarse que en el Ministerio de Información británico causaba cierto escozor la publicación de esta obra. Como siempre arguía el temor de herir la susceptibilidad de los dirigentes soviéticos que eran considerados como cerdos. “Creo que la elección de estos animales puede ser ofensiva”, concluía el timorato editor.

Otra de sus novelas políticas de ficción distópica fue “1984” (1949) que describe una sociedad en la que se manipula la información, se practica la vigilancia masiva y la represión política y social.   

Contra lo que indican las apariencias, Orwell no fue un anticomunista resentido sino que propugnó hasta su muerte el socialismo democrático. Rebelión en la granja, elegida por la revista Time como una de las mejores cien obras publicadas entre 1923 y 2005, logró trascender su furibunda crítica al régimen totalitario soviético y su ideología (al marxismo se le denomina animalismo en la ficción), convirtiéndose en una parábola antitotalitaria y un formidable alegato contra el abuso del poder.

(*) Domingo Varas es periodista, escritor y docente universitario.

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