Don Juan de Marco / Renato Rodríguez García

ESCRIBE: Renato Rodríguez García (*)

La noche acompañó a la luna hasta que creyó que le debería serle infiel y se esfumó junto a la bruma de una Lima que es nostálgica, pura, inmaterial y tremendamente sexy, como la silueta de una morena saliendo de un callejón aquejado por la insolencia de los secretos más execrables, más impuros, más insoslayables, más hirientes e inimaginables.

Una botella de un licor barato interrumpió el paso de un hombre que frisaba los cuarenta años, de buen porte, impecablemente ataviado de un jean de un azul indescifrable, de una barba púber y de unos ojos revoltosos y bullangueros. Recogió elegantemente su gorra con el logo de los Yankees de Nueva York, se colgó unos lentes imitación Ray Ban, con protección casi mínima para los rayos UV, y se lanzó al nuevo día, abrazándolo con desconfianza.

Había pasado una noche enloquecedora y terriblemente lunática, una mujer, con la que había llegado a su habitación con la buena intención de tener sexo toda la noche, sin embargo se la pasó íntegramente escuchándola como había sido su vida tan llena de desventuras amorosas y de pecados.

Se alisó el cabello, se alisó sus pensamientos y se largó a caminar sintiendo la brisa de un aire burlón, no lo respiró, sólo lo arrojó a la deriva mientras subía al microbús acrobático que lo llevaría a Jesús María, donde tenía una cita matutina con una chica de liso pelo rubio que dormía en un carro abandonado cercano a un grifo.

La chica tenía unos ojos redondos de un marrón hermoso, casi como la miel, ella era una tierna gata angora abandonada por la vida y por miles de amantes. Filósofa de la calle, pregonaba que sólo le bastaba su mirada para vivir, apartada de las comodidades de una casa y hogar, había acondicionado aquel carro Dodge en un departamento dúplex con vista panorámica. Era cómico cuando de sus labios escuchabas su teoría de la vida, la ductilidad del metal precioso como el oro resplandeciente de su sonrisa.

Había dopado aquella belleza a Sebastián, que bajó del microbús e inmediatamente prendió un cigarrillo de olor penetrante, diríamos que sería un cigarrillo Inka. Inhaló tan hondo como sus pulmones se lo permitieron, esta acción que lo dejó un poco atontado y a la vez feliz. Atisbó entre la neblina el Dodge negro azabache a lo lejos y sonrió al pensar que llegaría pronto para ver a su escarlata amante, de pensamiento indescifrable.

Teatralizó su caminar, movió exageradamente la cintura como felino en caza, y se aproximó sigiloso hacia la morada ecléctica. Escucho unos ronquidos, quizás fueron unos alaridos, quizás fue el eco de la conversación de la chica morena que no lo dejó dormir tranquilo  la noche anterior con la historia interminable de sus desventuras, sólo observó el movimiento ondulante de la cabellera de la chica de oro que al mirarlo con esos ojos caramelo, le hizo un mohín, que él interpreto que no debería de llegar todavía a tocar la puerta de esa morada, porque la dueña andaba en placeres paganos impropios para la vista de un legendario don Juan.

(*) Renato Rodríguez García es periodista y escritor. Ha publicado el poemario «Bizarro» (2015) y el libro de crónicas «Trujillo, mon amour» (2023).

Deja un comentario

Crea una web o blog en WordPress.com

Subir ↑

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar