El costumbrismo redivivo de Rigoberto Ipanaqué Gálvez

ESCRIBE: Ricardo Musse Carrasco (*)

La novela «El cazador de la sepultura astral» se engarza sobre dos ejes que, como bisagras temáticas, articulan sus innúmeros acontecimientos: El que está temporalizado en el siglo XVIII y cuyo protagonista es el esclavo Llanco Inga que, por un maléfico conjuro, se convierte en un diabólico felino; y el que se ubica en la época terrateniente –henchida de bandolerismo- de principios del siglo pasado; marco propicio para las atrocidades sexuales del cura Sixto Silvestre Valverde del Castillo que, contraviniendo sus votos de castidad, fornica con toda una pléyade de mozas (la Pancha, la Sisita, la Juanita, la Paula, la Domitila, la Manuela, la Julia, la Lola; pero, especialmente, con la púber Magnolia Gamboa García) de los caserillos fronterizos norteños. Y que, por tal motivo, es perseguido tenazmente por los lugareños para ajusticiarlo. Y, –además-, como una insistente cuña temática, se despliega la existencia de una esotérica sociedad secreta que infunde de gnosticismo la atmósfera narrativa.

A medida que se desenvuelven las acciones, también se va descorriendo el infame telón de nuestra maldita historia: Centralismo, analfabetismo rural, manipulación política, expoliación de los marginados por los potentados, perfidias militares con la patria, contrabando del patrimonio cultural, ausencia del aparato estatal y el influjo deshumanizador de las instituciones religiosas.

De las virtudes resaltantes de este costumbrismo discursivo tenemos el tratamiento de la oralidad. Rigoberto Ipanaqué Gálvez reproduce, con una cantarina perfectibilidad, el habla de la gente que puebla estos ardorosos lares norteños; con su fonética que mutila y agranda las palabras, desarticulando deliciosamente la sintaxis académica. Pero igualmente, la negritud enunciativa –a lo Gálvez Ronceros y Gregorio Martínez- es maniobrada de manera muy plausible.

La retórica de Rigoberto Ipanaqué Gálvez, con una tremebunda jocosidad, instrumenta un hilarante juego paródico. En la boca de sus personajes, las historias de ciertos pasajes bíblicos (el Rey Salomón, Sansón, Eva y Adán, Pedro caminando sobre las aguas, la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, el derramamiento de la sangre redentora del Hijo del Hombre, entre otros) son enunciadas, revelándonos insospechadas versiones, desde la singular perspectiva de esta gente que salpica su jugoso hablar con empíricos modismos, inconfundibles interjecciones, refranes pueblerinos, afables diminutivos, símiles muy divertidos y súbitos giros dialectales.

Artículo de Ricardo Musse sobre el artista Rigoberto Ipanaqué Gálvez en «Tribuna Sullana».

Su prosa es –de igual manera- de una culinaria exquisitez descriptiva: Una salivación discursiva se secreta a medida que digerimos su trama. La gastronomía norteña nos deja ahítos: La chicha de jora, el seco de chavelo, los suculentos ceviches, los pasados por agua, los pescados con encebollado, las caballas secas, los revitalizadores sudados y demás atávicos preparados.

De los inverosímiles personajes –de los muchos que discurren por estos inhóspitos parajes- encontramos a Julio Alejandro Mesina Morón (“El jinete de la cabeza dorada”), cuya pluma de Rigoberto Ipanaqué Gálvez lo convierte, idealizándolo exageradamente, en un prototipo suprahumano que, dotado de un inconcebible purismo, aspira cambiar el desgraciado rumbo de sus congéneres. Además, otras falencias advertidas durante la novela son –en ciertos recodos narrativos-: Desorden en la estructuración de las frases, un incontinente descriptivismo, una paranoia compulsiva por explicar -hasta el último detalle- los sucesos y una falta de poda textual.

No obstante, con esta novela Rigoberto Ipanaqué Gálvez, donde aborda paralelamente diferentes contenidos humanos (erotismo ancestral, atavismo machista, feraz topografía, narcotráfico, entre otros), se instala dentro de esa narrativa documentalista, cuyo propósito fundamental es cuestionar un sistema perverso condenado a convertirse ineludiblemente en un irredento, desértico, ardiente y maldito Averno construido merecidamente para los hombres.

Sullana, 21 de septiembre 2 008.

(*) Ricardo Santiago Musse Carrasco es Licenciado en Pedagogía y Derecho, Magíster en Psicología Educativa, escritor, poeta y periodista cultural. Es columnista del diario «Tribuna» (Sullana) y Río_Hablador (Lima). Ha publicado los siguientes poemarios: “Sirodima” (1990), “Cinematografía de una adolescencia” (2006), “El espíritu giratorio del viento” (2006), “Eternidad” (2008), “Apostasías” (2009), “El viento de las heridas” (2011), “Música” (2011), “Lumbres primordiales” (2012), “Homo” (2012), “La voz insular” (2012) y “Lagrimas” (2013) y los ensayos “Poética piurana de las postrimerías: sus pulsiones seculares y sus rasgos divergentes” (2009) y «El porqué de los hipocorísticos Paco» al alimón con la profesora Diana Consuelo García Aguilar (2021). Su biografía ha sido incluida en la enciclopedia virtual Wikipedia en: https://en.wikipedia.org/wiki/Ricardo_Musse_Carrasco / E-mail: rmussecarrasco@gmail.com

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